Vivimos en un mundo violento, en el que la injusticia y la ignominia parecen estar ganando la batalla, en el que la ira y el odio parecen ser más poderosos que la compasión o el perdón. La realidad se vuelve difusa, ya no se sabe qué es la verdad, cuáles son los hechos o en qué creer y, como Segismudo, a veces es difícil discernir si lo que percibimos, leemos o vemos es verdad o no. Vivimos en el mundo de la posverdad y de los hechos alternativos. Pero el mensaje de la obra es claro: no importa si lo que vemos es verdad o no, no importa si nos venden un mundo alternativo de soluciones rápidas y simples; lo que importa es hacer el bien, y tratar a las personas con compasión, respeto y amor, y para ello a veces tenemos que caminar en los pies del otro y entender de dónde viene la ira, el odio y la desesperación, y en última instancia amar y perdonar, ya que es la única forma de usar la energía del ser humano en vez de para destruir para construir un mundo más justo. Y eso lo descubre y compremde plenamente Segismundo en la última escena de la obra y gracias a ello encuentra la auténtica libertad para vivir y transformar su sociedad.

Y para mí, esto es lo que hace que este milagro de obra, sea tan universal y más actual que nunca