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Buero Vallejo escribió La Fundación en 1974. Una época convulsa y llena de cambios para España. Pero Buero quería trascender esa realidad para transmitir un mensaje mucho más universal: su visión de la condición humana y del mundo. Enraizado en la tradición literaria española, especialmente la Cervantina y Calderoniana, siempre preocupada por la dicotomía entre la realidad y la ficción, el idealismo y el realismo, la acción y la omisión, Buero utiliza sus famosos efectos de inmersión para presentarnos una fábula contintes autobiográficos sobre la lucha del ser humano por la libertad. Los habitantes de la Fundación son eso, seres humanos, unas veces fuertes, otras débiles, como dice Asel, pero ante todo humanos. El amor de Buero Vallejo por esos personajes y especialmente la comprensión que muestra por sus actos es lo que hace que nos identifiquemos con ellos y que la obra no nos deje indiferentes a la vez que nunca resulta moralizante.
El mensaje de Buero es claro: hay que actuar. Sólo la acción nos puede llevar hacia el siguiente paso en la evolución humana; hacia esa hermandad que predica Buero; hacia el futuro. Cuando nos quedamos atrapados en nuestras comodidades, hay que ser lo suficientemente fuertes para escapar y, como Tomás, convertirnos en los héroes de nuestro destino. Sólo así acabaremos con las injusticias y sólo así el mundo podrá convertirse en el espléndido paisaje que vemos a través de la ventana.
En los tiempos que vivimos hoy, el mensaje de Buero está de rabiosa actualidad. La obligación de soñar que nos inspira Tulio, el derecho a indignarnos que esgrime Lino, el deber de vencer que exclama Tomás, son el resultado de la acción de Asel; porque el paisaje sí es verdadero y merece la pena luchar por él, ahora y siempre.
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